lunes, 19 de julio de 2010

La soledad

La soledad es un arma de doble filo. Cuesta muchísimo acostumbrarse a ella, te lo pasas terriblemente mal, llegas incluso a vender tu dignidad simplemente por no estar sola. Pero, una vez que te acostumbras, cuesta mucho abandonarla, es como un amante siempre dispuesto a complacerte. Yo, decidí acomodarme a ella muchos años después de estar sin pareja. Al principio de quedarme sola, buscaba compañía incluso para actividades que no me satisfacían demasiado pero, para mí lo único importante era estar con gente. Y me sentía sola, estaba en el medio de un montón de gente pero me sentía increíblemente sola. Acabé siendo una simple dama de compañía o un bulto más en el medio de un mogollón. Lo primero es jodido, y lo segundo no es agradable. Tenía amigas sí, y por el momento las sigo teniendo pero, cuando yo quería ir a algún lado la respuesta siempre era que no y yo me acomodaba a sus proposiciones por no perderlas. El resultado: me sentía sola, increíblemente sola a pesar de conservar a mis amigas. Pero todo cambió cuando decidía mandarlas al carallo y ke-les-den, que si las pierdo me da igual y empezé a ir a los sitios que quería ir. Si yo proponía ir al cine a ver una película determinada, la amiga de turno siempre decía y mejor ¿por qué no vamos a esta otra? Si yo quería ir de tapas con un par de amigas, de repente las dos habían decidido ponerse a regimen, hasta el punto de llegar a la estrambótica situación de decir: nosotras no comemos pero te acompañamos, e irnos a un bar y las dos ponerse de brazos cruzados para ver como yo comía. Si ibamos a una playa grande, si yo quería ponerme hacia una esquina porque tenía sombra cerca y porque me gustaba o porque me apetecía simplemente, ellas querían quedarse en la contraria. Para quedar, a veces se retrasaban media hora, una hora pero..., para quedar contigo te llamaban en el momento con la exigencia de que te presentases aquí y ahora y, si no llegas te quedas en tierra. ¡Joder! Ahora que lo escribo y que lo pienso ¿a esto se le llama amigas? Las cambié por mi soledad, aunque de vez en cuando voy con ellas a tomar un café o unos pinchos. Y ya no me siento sola. Voy a donde quiero cuando quiero, veo en el cine las películas que me da la gana, hago lo que me da la gana y creo, que ahora mismo no lo cambiaría por todas las amigas del mundo. Ayer fui a un concierto de rock yo sola. A ellas se lo planteé por encima, porque sabía que me iban a decir que no. Una me puso la disculpa de que Patti Smith no era una de sus artistas favoritas y la otra que es que iba a la playa y no sabía si le iba a dar tiempo y el que yo ya tuviese entrada también era un inconveniente, cuando en realidad se pueden comprar allí mismo. O carallo. El caso es que allá me fuí feliz de la vida, aunque con una ligera preocupación, todo sea dicho, porque tengo una niña de 82 años que acababa de vomitar con diarrea. Me coloqué en primera fila pero, como no estaba cómoda decidí moverme. Y entonces, encontré a unos amigos. En otros tiempos, encontrar compañía hubiese sido lo único importante para mí, esta vez no fue así. Busqué un lugar centrado en el que estaba muy cómoda, y les propuse que se viniesen, sólo por educación, porque si por mí fuera me quedaba allí y no los iba a buscar y va la tía y me dice "yo es que me quiero meter en el mogollón, o ¿es que te da yu-yu meterte por el medio? Ni yu-yu ni ostias, me parece de puta madre que se meta en donde quiera pero, me pareció fatal esa forma de plantearlo. Los mandé al carallo y me fui a mi bola. Me lo pasé como una enana, tenía cerca y libre el acceso al vater para mear las veces que me diera la gana y, en ningún momento me sentí sola. Tanta libertad, engancha más que la droga más dura, una vez que te acomodas, es muy díficil abandonarla. Y conste que, las primeras veces no se pasa bien, como muchas de las cosas que te acaban enganchando.

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