sábado, 28 de julio de 2012

Gafas y abanicos

Alguna vez en la vida, quedas con gente con la que compartiste viviencias en el pasado y que no volviste a ver en 10, 20, 30, 40 años y la situación que se produce es de lo más extraño: es como una especie de viaje al pasado pero, con gente diferente porque nadie es lo que era.  Después de 25 años de acabar la carrera, las caras y los cuerpos cambian. Aparecen las arrugas, se disparan las barbillas, los dientes se separan y las grasas desbordan por todos los lados.  Todo el mundo busca sus gafas de presbicia en cuanto aparece el menú, y se empieza a hablar de los que ya están muertos.  Después de cenar, las mujeres cambian las gafas por abanicos.  Todos están ansiosos por mostrar las fotos de sus hijos de todas las edades, los más precoces con hijos ya muy mayores rozando los 30, otros con hijos todavía pequeños.  Se habla de alguna que otra cosa que se recuerda, se intenta mantener una conversación educada y cuando ya el vino empieza a hacer sus efectos, sobretodo en aquellos que lo mezclan con antidepresivos y somniferos, empieza a salir el lado borde. Y como te toque la china de caer en las garras de alguno de estos bordes, el simpático de turno de la carrera que envidia que hayas conseguido un trabajo mejor que él, tienes que capear el temporal como buenamente puedas. Algunas niñas tontas siguen siendo tontas pero otras, sin embargo, se van pareciendo más a gente normal. Algunas tienen maridos ilustres, otros hacen alarde de su condición homosexual y, los que tienen negocio reparten tarjetas de sus empresas.  Algo curioso pero que, no puede durar demasiado porque de lo contrario podría resultar algo insoportable.

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