domingo, 19 de enero de 2014

Querido diario:

Hoy, como todos los días, me desperté pensando en él.  Todos los días de mi vida me despierto pensando en él.  Sigo enamorada del hombre que fue, o quizás del que yo imaginaba que era.  Unos días lo odio, otros lo amo locamente. Y siempre, me invade una enorme tristeza.  Es mi castigo, mi destino, mi dolor y siempre será así.  Me gustaría que existiese una máquina del tiempo para poder volver al pasado y borrar los días malos.  Y detener el tiempo en aquellos momentos felices.  Pero eso es imposible, estoy condenada a vivir con mi dolor, con mi angustia y con mi soledad. Nada me hace feliz, nada me hace ilusión.  Sólo soy una vieja solitaria. Mi vida transcurre entre ir a trabajar, en un trabajo estúpido e inestable y gastar mi tiempo de ocio. Y no hay más. Soy una gastadora de tiempo, la mayoría de las veces sólo espero a que las horas pasen de la mejor manera posible.  Esta mañana de domingo, tuve que ir a la playa con el único fin de gastar horas.  Y, por la tarde, tuve que seguir el ritual del cine de domingo, con mis gominolas, mis conguitos y mi granizada. Una película larga, 140 minutos, la de Mandela. La película está bien, estuvo entretenida. Y, al volver a casa, me encontré nuevamente con mi soledad.  Yo sé que hay vidas peores pero, cuando la desilusión y la desesperanza se apoderan de una, es difícil seguir para adelante.  La soledad es muy dura aunque, nunca lo reconoceré ante nadie, todo lo contrario.

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